viernes, 2 de abril de 2010
miércoles, 6 de mayo de 2009
Tomamos el metro, combinamos con el bus local, caminamos un par de cuadras, llegamos a destino medio a tropezones y nos instalamos cual gallina clueca que empolla. Prestamos atención, nos concentramos, opinamos y omitimos ideas subversivas y contrarias a lo discursado e impuesto. Cuchicheamos con el del lado y esbozamos sonrisas, controlando a veces una carcajada, y de vez en cuando, así, sin licencia, nos escapamos al baño a tomar agua para saciar una sed inexistente o vamos al casino a comprarnos un lo-primero-que-vea sólo por inercia. En los cinco minutos de descanso permitido, que siempre alargamos al doble o al triple, compartimos nuestro tedio y preguntamos a medio mundo cómo está sin una verdadera intención, por nada más que cortesía. Volvemos riendo y cantando a nuestro deber y nos instalamos otra vez. Agregamos ahora un nuevo matiz: miramos la hora a lo menos una vez por acomodamiento de silla. Llegada la hora de partida, nos disponemos a buscar compañero de viaje, y mejor si no lo encontramos porque tenemos en mira una improvisada siesta en el bus. Abordamos el metro nuevamente y nos vamos pensando en el seminario y en la solemne, en las ayudantías y en la inmortalidad del cangrejo. Llegamos a casa, estudiamos, vagueamos por Internet, nos acostamos y programamos la alarma del despertador. En la mañana partimos a tomar el metro, combinamos con el bus local, caminamos un par de cuadras, llegamos a destino medio a tropezones y nos instalamos cual gallina clueca que empolla.
martes, 24 de febrero de 2009
jueves, 8 de enero de 2009
Evidencia la eminencia en sesión previa, continúa
Diligencia necesaria para consumar la acción
domingo, 19 de octubre de 2008
Y hay mucho de lo que me arrepiento
Pero sigo aprendiendo
Yo nunca quise hacerte eso a ti
Por eso antes de ir debo decir
Sólo quiero que sepas
Ya sé qué me hace vivir
Lo que me hará cambiar
Lo que me hace recomenzar
Yo sé que eso eres tú
Sé, nunca quise herirte
Pero la culpa sigue aquí en mí
Y todo el daño que causé
Quisiera alejar por fin de ti
Y volver a ser quien llenó tu mar
Sólo te quiero tener
Ya sé qué me hace vivir
Lo que me hará cambiar
Lo que me hace recomenzar
Yo sé que eso eres tú
Dame la opción de mostrar
El lado humano de mí
Al que algo falta por llegar
Y yo sé que eso eres tú
miércoles, 8 de octubre de 2008
Despojo que cada cierto tiempo invento para probar una vez más lo que tanto me acongoja: tu recuerdo es el que permanente está en mi adolorido corazón, el mismo que ha sobrellevado tanta injusticia y tanta indolencia, pero al que nunca entrené para combatir el desamor. Ese desamor que quizás no lo es del todo, ese que nadie me explica ni a nadie puedo detallar, el que me hace callar y retraerme y permitir que persista en esta constante pérdida del entendimiento, la razón y la cordura. Nunca antes lo experimenté y tal vez sea eso lo que me hizo falta para cimentar una trinchera sólida e impenetrable, inmune a cualquier ataque tan fuerte y desolador como éste.
Te agradezco mejor amigo por ser mi fiel lector, porque a pesar de no darme consejos, no dedicarme siquiera una palabra de aliento y de quedarte impávido cada vez que reacciono barriendo con todo cuando me hallo sin escapatoria, eres el que siempre está ahí cuando lo requiero, el que no conoce negativas, el que hasta permite ser regado por los chorros que caen de mis ojos las veces que no resisto a más y me veo obligado a estrujar mis emociones en una de tus planas.
Tú lo sabes todo, sí, todo de mí. Contigo no tengo filtro ni existen limitaciones. Te repleto de palabras, en cualquier idioma, con manuscrita o imprenta, en cursiva o negrita, pasando por loas y sátiras, rebosantes de insultos y halagos, con amor y despecho, y, cabeza gacha, siempre consientes las demandas de mi estado. Gracias por ser mi confidente.
Si hablaras y sintieras, seguro es que día por medio me mandarías bien lejos, allá donde mismo he mandado a medio mundo y tú has sido testigo, o, tal vez, hubieras buscado por todas las sendas viables el modo de deshacerte de mí, como muchos ya lo han hecho. Sé que también me enrostrarías que la devoción por ti sólo me viene simultánea a esas ganas de dejar que todo a mi alrededor siga su curso y de yo hacerme a un lado y despojarme de toda preocupación vana que enlode mi real sentir; sí, ese despojo que cada cierto tiempo invento para probar una vez más lo que tanto me acongoja.