domingo, 19 de octubre de 2008

Eso eres tú

Lo sé, no soy perfecto
Y hay mucho de lo que me arrepiento
Pero sigo aprendiendo
Yo nunca quise hacerte eso a ti
Por eso antes de ir debo decir
Sólo quiero que sepas

Ya sé qué me hace vivir
Lo que me hará cambiar
Lo que me hace recomenzar
Yo sé que eso eres tú

Sé, nunca quise herirte
Pero la culpa sigue aquí en mí
Y todo el daño que causé
Quisiera alejar por fin de ti
Y volver a ser quien llenó tu mar
Sólo te quiero tener

Ya sé qué me hace vivir
Lo que me hará cambiar
Lo que me hace recomenzar
Yo sé que eso eres tú

Dame la opción de mostrar
El lado humano de mí
Al que algo falta por llegar
Y yo sé que eso eres tú

miércoles, 8 de octubre de 2008

Despojo que cada cierto tiempo invento para probar una vez más lo que tanto me acongoja: tu recuerdo es el que permanente está en mi adolorido corazón, el mismo que ha sobrellevado tanta injusticia y tanta indolencia, pero al que nunca entrené para combatir el desamor. Ese desamor que quizás no lo es del todo, ese que nadie me explica ni a nadie puedo detallar, el que me hace callar y retraerme y permitir que persista en esta constante pérdida del entendimiento, la razón y la cordura. Nunca antes lo experimenté y tal vez sea eso lo que me hizo falta para cimentar una trinchera sólida e impenetrable, inmune a cualquier ataque tan fuerte y desolador como éste.

Te agradezco mejor amigo por ser mi fiel lector, porque a pesar de no darme consejos, no dedicarme siquiera una palabra de aliento y de quedarte impávido cada vez que reacciono barriendo con todo cuando me hallo sin escapatoria, eres el que siempre está ahí cuando lo requiero, el que no conoce negativas, el que hasta permite ser regado por los chorros que caen de mis ojos las veces que no resisto a más y me veo obligado a estrujar mis emociones en una de tus planas.
Tú lo sabes todo, sí, todo de mí. Contigo no tengo filtro ni existen limitaciones. Te repleto de palabras, en cualquier idioma, con manuscrita o imprenta, en cursiva o negrita, pasando por loas y sátiras, rebosantes de insultos y halagos, con amor y despecho, y, cabeza gacha, siempre consientes las demandas de mi estado. Gracias por ser mi confidente.
Si hablaras y sintieras, seguro es que día por medio me mandarías bien lejos, allá donde mismo he mandado a medio mundo y tú has sido testigo, o, tal vez, hubieras buscado por todas las sendas viables el modo de deshacerte de mí, como muchos ya lo han hecho. Sé que también me enrostrarías que la devoción por ti sólo me viene simultánea a esas ganas de dejar que todo a mi alrededor siga su curso y de yo hacerme a un lado y despojarme de toda preocupación vana que enlode mi real sentir; sí, ese despojo que cada cierto tiempo invento para probar una vez más lo que tanto me acongoja.

Hechicero

Apostaría mi exigua fortuna a que estás pensando en mí, y estoy seguro que ganaría, doblaría y cuadruplicaría la jugada. Lo más probable es que estés llenando de bocetos tu cuaderno con escritos que te inspiro a redactar, como yo lo hago con el mío cada vez que el día me fomenta la retórica y mi reproductor de música toca esa importuna balada que cuenta nuestra historia.
Te extraño tanto como tú a mí, y también de vez en cuando un par de lágrimas recorre mi mejilla al ver por nonagésima nona vez las imágenes que capturaron esos mágicos momentos vividos y que me recuerdan que ya no hay ocasión para repetirlos.
Trato de articular discursos que te expliquen con claridad lo que siempre quisiste entender, y cuando ya por fin me siento preparado a declamártelos, te veo y tu mirada cobarde, esa que siempre prefiere desviarse al suelo cada vez que se cruza con la mía, me dice que es demasiado tarde.
Hay veces en las que me gustaría empezar desde cero e impedir a toda costa que te aparezcas en mi existencia, para así librarme de todo este tiempo de angustia y de esa incesante aparición de tu imagen en mi retina. Hay otras, por el contrario, en las que deseo volver a ser quien conquistó tu circunspección, caló profundo en tus sentimientos y te hizo sentir como nunca nadie lo hará, y sé que es con la misma intensidad que tú también lo anhelas.
No sé cómo lo haces para multiplicarte y aparecerte hasta en mis inexistentes vivencias. Quisiera saber qué tiene tu pH que hace que huela tu aroma a kilómetros de distancia. No sé qué me hiciste, no sé con qué conjuro me hechizaste y te convertiste en este mal que tanta falta me hace. Lo único que sé es que te necesito con ansias, con esas mismas ansias de pensarnos que me vendrán esta noche en el preludio de mi letargo, cuando me embelese a ojos cerrados y me dé por vencido ante tu recuerdo, que al parecer confabuló con otro maldito ser angélico para no irse de mí.

martes, 22 de julio de 2008

Transpórtate a otro planeta, a uno de ilusiones y de quimeras inquebrantables.
Cuando llegues, aléjate lo que más puedas de tu consuetudinaria usanza.
Corre desaforado intentando cometer la mayor cantidad de fechorías.
Siéntete libre y no pienses jamás en tu querencia, que lejos está de añorarte.
Disfruta la inefable sensación de absoluta emancipación y grita de alborozo.
No llegues a dormir a casa, pernocta bajo un puente y siente el frío calar en tus entrañas.

Déjate llevar por tu intrínseca locura y olvídate de tus principios cristianos.
Degüella cabras, come tierra y camina con los pies en el aire.
Ponte zapatos naranjos y viste harapos y ponte serio para decir que es tu tenida formal.
Pon tu disco favorito en la casetera del vinilo y canta el primer tema en do mayor.
Descansa en el ropero empotrado y aprovecha de dejar el despertador en la chimenea.
Toma un tren que te deje en el Vaticano y ayúdalos a predicar las enseñanzas luteranas.

Sé gobernador de tu propia región, impón tus ideales marxistas y exige devoción.
Deléitate en tus errores y espera a que los inocentes y sin culpa se excusen.
Apresa a lisiados, madres solteras y sodomitas y concédele libertad perpetua a pederastas.
Reparte desdén y sé presuntuoso y altanero al tratar con los pobres y desamparados.
Goza con el dolor ajeno y enternécete sólo con tu belleza.
Sólo haz un chasquido con el pulgar y el anular y ve cómo todos a tu alrededor se derrumban.

También, deja que la afectividad se apodere de ti y regálate los mejores momentos.
Siéntate a ver a tus más profundos anhelos cumplirse con vehemencia.
Mira hacia el fondo del pasaje y reconoce sus rostros y sonrisas.
Créelo, son ellos, los de entonces, que ahora están de vuelta contigo.
Ve, abrázala, y, sin soltarla, cuéntale lo tanto que la extrañaste.
Concíbelo y emociónate hasta las lágrimas, dejándolas que corran hasta empapar tu sitio...






Ya comienzas a echar de menos y reconfortado crees que es tiempo de volver.
Estás seguro de que el ánimo para batallar contra tus adversidades ha vuelto a ti.
Sigues extasiado y codificas tu vida ideal en menos de lo que dura un suspiro de angustia.
Empiezas a avergonzarte de uno de tus cuadros lujuriosos y no logras arrepentirte de tus tiranías.
Te regocija acordarte de las dichas vividas y guardas la esperanza de repetirlas.
Crees que te encantaría regresar… cierras los ojos y lo haces de nuevo.

lunes, 26 de mayo de 2008

A medio despertar pensaba en que al parecer se habían alargado mucho los cinco minutitos más. Claro, el reloj del velador se lo comprobó. Reaccionó como si le hubieran vertido el Atlántico entero encima y rápidamente partió a abrir el ropero. Había pasado ya más de una hora desde que había sacado la mano de entre las sábanas y a tientas había tomado el despertador, apagando la alarma al quinto intento de ese juego de apretar botones en que uno siempre entra cuando no acierta al primer tanteo por el apuro que tiene en hacer callar el fandango ese que a esa y a cualquier hora fastidia si te trunca el placentero recreo que te dan tus responsabilidades para yacer en tu cama sin pensar en nada más que en descansar (y lo peor es que nunca nos acordamos que es uno mismo quien programa esa ceremonia matutina la noche anterior).
En dos segundos y medio ya estaba con una pierna metida en el pantalón azul, pero se acordó que había pensado en el cuadrillé para ese día, así que lo buscó entre el colgador de los pantalones formales y se lo puso. La camisa blanca con diseño de rombos era la ideal para combinarla con el pantalón que llevaba puesto. Se abrochó el penúltimo botón de la camisa y se acordó que no era la que tenía en mente para el pantalón cuadrillé; era la celeste que le había regalado la mamá para su anterior cumpleaños. En el minuto había hecho memoria y ahora repasaba en su mente la tenida completa planeada para ese lunes: pantalón cuadrillé, camisa celeste, chaqueta negra con el cierre de doble faz, zapatos negros y la bufanda que hacía juego con el pantalón para capear el frío mañanero. Perfecto.
Le mandó saludos con la peineta a la cocina y se disculpó con ella por no ocuparla para hacerse un desayuno digno de un nutricionista. Mientras pensaba en dónde
había dejado el maletín, le prometía nuevamente que en la semana comenzaría con el plan dietético que se había exigido. El refrigerador y la cafetera llevaban ya casi un mes escuchando el mismo discurso. Sacó un yogur, agarró el maletín que recién había encontrado y partió hecho bala.
La puerta de entrada se despidió de él y le encaró lo indeciso que era, porque finalmente salió con el pantalón azul, la camisa con diseño de rombos y la chaqueta impermeable porque creía haber escuchado el anuncio de lluvia para mediodía. El otro ropaje después de puesto no lo convenció.
La vecina de al lado no estaba barriendo y con eso se ahorraba bastante tiempo, porque siempre se ponía a conversarle como si de su perpetuo tiempo libre dependiera él también. El vecino de la esquina compraba todos los días sagradamente el diario en el quiosco de enfrente a la hora en que pasaba por ahí, así que a él sí lo encontró. Al señor le extrañó su apuro en un día de descanso para la mayoría: era domingo. Diablos, sí era domingo, la rutina y el estrés le habían pasado la cuenta y ésta se convertía en la segunda vez que pasaba por ese papelón. Reprochándose se fue vuelta a casa. Ahora más calmado tardó el doble de tiempo en hacer el mismo recorrido.
Entró, tiró el maletín y pasó directo a su dormitorio. Se sacó el pantalón azul y se metió a la cama con la camisa blanca puesta, hacía frío. Se durmió en menos de cinco minutos.
Cuando despertó, su amado estaba esperándolo con el desayuno listo. Le contó que había soñado que hacía el ridículo yendo a trabajar un domingo y le recordó lo tanto que lo amaba.
Pero cuando se acordó que en realidad no tenía ningún novio, que no trabajaba, que era viernes y no domingo, que era imposible que hayan pronosticado lluvia porque era pleno verano, que era alérgico a los lácteos, que en la esquina no había ningún quiosco, que nunca había tenido un par de zapatos negros, que no usaba maletín sino mochila y que hasta en los sueños las puertas y los electrodomésticos de su casa le hablaban, se puso a pensar en que no le haría nada de mal tomar una hora en salud mental. Levantó el teléfono y pidió una cita con el traumatólogo para el treinta de febrero.

domingo, 6 de abril de 2008

Uno

El mismo rincón asaltado del corazón que acabó por ceder su protección a lo mismo, salvaguardándolo y dejando a un lado lo antagónico del efecto. La misma necesidad de despojarse ya y a la vez de retardar la despedida, teniendo los mismos deseos de caricias desconocidas, momentos irreemplazables y palabras melosas. El mismo dolor que provocan la distancia y la presencia con la misma incertidumbre en la afinidad. Iguales sentimientos e idéntica sensación perdida en las marañas del entendimiento. El mismo final inconcluso y las mismas pasiones frustradas que infatúan a un mismo ser desdoblado en dos sujetos.

sábado, 15 de marzo de 2008

Esa verdad

Es entendible que no quiera darse a conocer, sé que es difícil, pero va a tener que dignarse pronto a salir a la luz, es lo que todos esperamos. Eso es cierto, al menos yo, estoy cansado de apañarla en todas sus fingidas jugadas. A mí me pasa lo mismo, estoy harto de tener que aguantarle que ande falseando por la vida como si nada. Yo a veces trato de comprenderla, porque sé que a ella también le angustia esto, para nadie es grato andar escondiéndose cual delincuente prófugo de la justicia. Sí, pero eso se soluciona dando la cara y enfrentando lo que venga, si tampoco es tan terrible lo que oculta bajo el atuendo ese tan cómico que lleva. Claro, yo he tratado en todos los tonos de decirle que eso que tanto la acongoja y avergüenza es lo mejor del mundo, y que está lejos de ser un crimen o una fechoría digna de tener en hide mode. No sé, a mí me cuesta comprarle el cuento de afligida, si todos sabemos cómo llamar la atención, y ella es experta en eso. No seas así, no podemos juzgarla así tan a la ligera, sus motivos debe tener. Yo creo que esta discusión no da para más, además hace oídos sordos a cualquiera que trate de aconsejarla, y en lo único que tenemos común acuerdo es en que es ella, es ella la verdad que desmorona todo. Es esa la verdad que miente descaradamente frente a ellos y oculta su identidad sin remordimiento alguno, y que daña sin escrúpulos a él, a él y a todos.

domingo, 9 de marzo de 2008

Nunca supe

Y seguía pegado a mí tratando de contarme qué le pasaba, trataba, trataba, mas no le salían las palabras. La vieja nerviosa subía más el tono que el niño y culpaba a su hija: no sé qué tan terrible puede ser, está mal, te dije que lo llevaras adonde el terapeuta. No quiso ir, y tampoco lo iba a obligar, respondía la madre. Ya basta, preocúpense en tranquilizarlo para que de una vez por todas cuente qué le pasa, decía yo. Yo ni siquiera los conocía, pero me interesó enterarme por qué estaba así, no fue menor ir pasando por ahí y que se me colgara del cuello pidiéndome a gritos ayuda, pronunciando necedades indescifrables. Ya verlo venir corriendo desaforado desde la esquina me dio pavor y tenerlo en menos de un minuto encimado, fue peor, sobre todo en esa avenida tan solitaria y peligrosa. Por suerte, detrás de él venían dos señoras que al parecer lo conocían… claro, lo conocían, porque después me enteré que eran su madre y abuela. Pero qué le pasa, por favor, explíquenme, les dije. Nada, nada, me decía perturbada una de ellas mientras procuraba comunicarse con alguien por teléfono. Al quinto intento lo logró, y entre los sollozos del niño alcancé a escuchar que había pedido ayuda a un tal Raúl. Yo no concebía la idea de que se empeñaran tanto las dos en hacer callar al crío cada vez que iba a empezar a entendérsele lo que hace rato ya quería decir, y tampoco entendía por qué me agradecían tanto la ayuda introduciendo la despedida; yo no iba a dejar solas a esas dos mujeres con ese chiquillo desquiciado que no me soltaba y menos a esas horas de la noche. Esperé con ellos hasta que llegó el auto que traía al supuesto auxiliador que no sirvió para nada más que para aumentar el llanto desesperante del cabro chico, tironeándolo de un brazo para despojarlo de mí. Por un instante pensé en agradecerle que me lo sacara de encima porque ya me tenía bañado en lágrimas, pero no pues, ese trato no es para un niño, menos si viene de un grandote bruto que no mide fuerzas. Pensando en qué decirle al desgraciado ese estaba, cuando me agarró del codo y me subió al auto junto con las dos viejas locas y el niñito y partió a toda velocidad. ¡Oye imbécil, para! Yo a esas alturas menos me explicaba qué cresta pasaba. Los gritos dentro del auto eran insoportables: la mamá del niño le encaraba a la anciana la mala ejecución de su trabajo, el hombre las hacía callar mientras manejaba descontrolado y encima el chico seguía lloriqueando. De pronto hacen parar el vehículo y la abuela (que iba sentada a mi lado) abre la puerta y con un impulso y una robustez que no sé de dónde sacó, me empuja a la calle. Caí a una poza de agua que la inesperada tormenta de principios de marzo había ocasionado, y vi marchar el auto, que provocó un estridente chirrido con las llantas, con el rostro del niño asomado en la ventana estirándome los brazos. Me quedé tirado ahí tratando de controlar el flujo de sangre que tenía en la rodilla por el fuerte golpe. Mientras me sobaba, pasó a todo dar un carro policial, al parecer siguiendo la huella del auto en que yo iba, y detrás de éste, otro más. El tercero se detuvo enfrente de mí y de él se bajó un oficial que se acercó a decirme

Me despertó el ladrido de las perras que hacen escándalo cada vez que viene el cartero. Traté de seguir durmiendo para reanudar el hilo del sueño como siempre lo hago, pero no pude y me quedé con las ganas de saber cómo continuaba la historia.

lunes, 3 de marzo de 2008

Y miró nuevamente por la rendija que el pasar del tiempo había provocado en la ventana empernada. Todo parecía alucinante: siluetas de elefantes perfectamente delineadas en la acera de enfrente, infantes arrancando del bufón dendriforme que los perseguía hasta el apagado bosque del sector de la foresta y madonas esposadas escupiendo a los oficiales que las imputaban en el carro policial.
Cambió de dirección su mirada y por dos segundos su mente quedó en blanco. Lucidez recobrada. Pensó en lo que siempre pensaba cada vez que podía: en lo feliz que estaría Lucía al saber de él y en lo que juntos se podrían proyectar cuando esa desesperante espera acabara. A humillaciones y mortificaciones ya era inmune; nada le importaba si ella llegaba.
De pronto se acordó de lo entretenida que estaba la vista del mundo exterior y miró una vez más por la abertura. Ahora veía a mancos y cojos danzando en el carnaval, al que tenía intenciones de ir, pero al que sin invitación sería una grosería llegar. Lo alegró la visita del ratón del desaguadero que le dijo que nadie le reprocharía el aparecer sin ser convidado. Feliz, partió.
Locura en boga, realidad insufrible.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Yo, Cáncer

Para mí, el amor es lo más importante. Soy muy romántico, un asombroso besador, y cuando estoy emparejado entrego todo y siempre cuido a la persona que está conmigo. Dicen que soy único, que nunca conocerás a alguien igual. Soy un eterno creativo, extremadamente suertudo, espontáneo y orgulloso de mí mismo. Soy intuitivo y muy cauteloso cuando hace falta. Soy emocional, cariñoso y simpático. Tengo muchas historias que contar, conmigo no te aburres. Soy alguien en quien debes aferrarte, pues por mi gran capacidad imaginativa, sé identificarme con la situación ajena. Desde afuera parezco decidido, resistente, terco, tenaz, enérgico y sabio, pero si me conoces desde la intimidad te das cuenta de que soy totalmente distinto: sensible por sobre todo y leal a las personas que quiero. Me encanta ser extrovertido, pero tengo tendencia a retraerme.
No ando peleando por la vida, pero puedo llegar a ser lo peor si me provocas. A veces soy caprichoso y maniático. No me gusta que me lleven la contraria y odio que me digan qué debo hacer. No tomo en cuenta consejos, aunque si vienen de alguien que estimo, lo agradezco. Me siento aludido con frecuencia (y muchas veces por causas imaginadas sin fundamento real) y me gustan demasiado los halagos de los demás. Puedo cambiar sin dificultad de ambiente, lealtades e incluso mi opinión sobre las personas. No odio, pero si no te amo, no me vas ni me vienes.
Así me describen los astros, y parece que están bien cerca de mi realidad. ¿Es tan así? ¿Qué dices tú?

miércoles, 6 de febrero de 2008

Cambio

Es difícil dejar atrás etapas para renovarse y emprender nuevos rumbos; cambiar lo recorrido por algo nuevo y desconocido resulta excitante y a la vez nostálgico, más aún si estos cambios llegan repentinos, sin planificación alguna.
Entiendo perfectamente a la septuagenaria veterana que esperanzada está pensando en que algún día aparecerá un héroe que la librará del luctuoso asilo, cegada en la idea de que un cambio como ese en su vida podría ser el fin de su adentrada infelicidad. Entiendo también a toda esa gente que está en cola esperando por un riñón o un hígado que al ser transplantado sea el punto ganador que paralice el juego que apuesta por su vida… ¡imagínate la alegría de los padres del niño de literal mal corazón al enterarse que su espera terminó y que tienen al fin la seguridad de poder proyectarse indefinidamente con él! Comprendo muy bien a los que tienen conciencia de los vuelcos que tendrá su existencia y están ansiosos, por ejemplo, por comenzar sus estudios superiores, por empezar a tomarle el gusto a lo que deparará su futuro.
Los entiendo, sí, los entiendo cabalmente, pues creo que he vivido ya varios de esos cambios, unos más grandes e inesperados y otros menos relevantes pero pensados previamente. Ahora estoy en transición, pasando de desesperanza a algo que ni siquiera sé qué nombre tendrá, pero que por supuesto será mejor. No lo esperaba, es un giro totalmente sorpresivo, pero me encanta.

miércoles, 16 de enero de 2008

Imagínate por un segundo siendo un pez, un pez de esos caseros que sólo invierten su tiempo en aletear abarcando espacio en su pecera (estarías redimido de las abrumantes ocasiones en que obligadamente disponen de tu afamado amigo descanso), de esos a los que sólo puede estragar su vital compañera agua (así te librarías de cualquier mala intención, rabia, agobio, problema o secuencia calamitosa de tu vida que pudiera infamemente corromperte), de esos que enajenados quedan solamente al ver revoloteando en su casa de cuatro paredes transparentes uno que otro puntito que los pueda saciar al embuchárselos por el tragadero (ya nada te asombraría, o mejor, no esperarías más eso que quieres que te sorprenda, sobrevivirías sólo con el éxtasis que degustar te provocaría y, de pasada, vivirías desinhibidamente, con preocupación cero por el qué dirán, pues todos ya habrían visto lo que haces), de esos peces que únicamente se abrigan con la intemperie (no vivirías pendiente de no hacer el ridículo con lo que te pones y no perderías esos preciados momentos que cuando estás con retraso se van eligiendo los harapos mejor avenidos que finalmente nadie te mira), de esos que su memoria no aguanta más de diez minutos reteniendo parajes, estadías y compasiones (“rencores, envidias, sabotajes, boicots, sinsabores y desprecios, ¿qué es eso?”, eso dirías, y perdones y olvidos serían los que te inundarían), de esos que por tempestad y aguacero no se preocupan (no sentirías calor ni frío, no habría necesidad de cambiar atuendo de acuerdo a la estación, y tu depósito de basura se repletaría con paraguas y sombrillas), de esos a los que si osas tocarle una escama o un aleta, no les impulsa a nada más que a acelerar (no te ocuparías más en satisfacer carnalmente a nadie ni te interesaría ser complacido, así no profanarías más tu aposento con revuelcos, y te importaría un ajo si te comportas o se comporta como alguien de hiel, de miel o de piel), de esos que…
¡Se cortó la luz!
No me hagas caso y mejor sigue siendo el ente que eres, porque por lo menos tú en las tinieblas sobrevives.

domingo, 6 de enero de 2008

Agobio

En la que hasta unos escasos días me abrazaba, el cinismo inundaba mi diario existir, la falsa alegría disfrazaba mi sonrisa y la ansiedad mordía mis pensamientos. En la que ahora me abriga, nada es con caretas. Mis deseos se sumergen en la transparencia y reflejan mis más recónditas sensaciones.


(Todo oculto en mi desenfrenado júbilo sigue, igual que siempre. Vagando por los laberintos del pensar que carecen de final y sin propósito están, mis emociones y mis anheladas, mas irrealizables, vivencias, se hacen presentes.)




¡Eureka! Lo sé:
Mísera e infeliz,
Maldita e intrascendente.
Mierda de vida.

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